Gracias a Josefina, que con claridad y limpieza, también con su esfuerzo, me transmite siempre fiel la enseñanza que Jesús nos vino a dar.

Nunca podré agradecer a Josefina su inmensa, su constante, su honesta y desinteresada labor y entrega durante estos largos veinte años. Todo ello, con el único afán y empeño por guiarme y ayudarme en mi trabajo personal.

Desde pequeño siempre tuve inquietud por aprender y saber. Mi vida transcurría, por un lado, con mis ilusiones y mi esfuerzo. Y, sobre todo, el esfuerzo y toda la ayuda –también económica- de mis padres con un trabajo muy humilde –el de ganadero-, para que sus dos hijos pudieran tener mejores oportunidades que ellos que crecieron durante la posguerra.

De adulto, empecé a vivir situaciones y experiencias que no comprendía. En parte, porque había vivido sobreprotegido por mis padres y, en parte, porque en su sobreprotección yo me había refugiado; me sentía cómodo. Mi forma de pensar y de ser en un pasado, unido a todas estas nuevas experiencias me causaban conflictos con los demás. También contradicciones y remordimientos en mi interior.

Mis padres en su afán por ayudarme en mi formación al terminar la Educación General Básica (E.G.B.), me propusieron entrar en el Seminario menor de Almería para continuar mis estudios de bachiller. Durante mi estancia en el Seminario pude cursar primero y segundo en el instituto “Alhadra” de Los Molinos. Estaba en un régimen de internado y cuando finalizaban las clases regresaba al Seminario para pasar el resto de la jornada.

Aquello que mis padres creyeron que podía ser una ayuda se convirtió en todo lo contrario, por lo que tomaron la decisión de que no regresara.

Desde entonces, continué toda mi formación académica e incluso mis estudios de diplomado en Ciencias Empresariales viviendo con mis padres y ayudándoles durante los fines de semana y las vacaciones.

Pasaron los años y lo que yo sentía y quería vivir al no poder hacerlo en mi ciudad, decidí trasladarme a Madrid. Mi ilusión por continuar estudiando y terminar la licenciatura me brindó esta oportunidad que tanto deseaba.

Donde empecé a descubrir que aquello que me atormentaba y el vacío que sentía, en parte, era causado por mi homosexualidad.

Empezaba a vivir mi vida. Me sentía como un niño cuando aprendía a andar. Con la diferencia de que yo había empezado tarde. Esto suponía que mis tropiezos y mis caídas, ya con esta edad, iban a ser más dolorosas.

Todo lo que había estudiado y creía saber, comprendí que no me servía de nada. No lo podía aplicar a mi vida. Tenía que empezar de nuevo.

En Madrid, empecé a vivir y a trabajar en una empresa de construcción. Me alojaba en un piso compartido. El trabajo que desempeñaba en esta empresa no me llenaba. Desde pequeño había creído que el trabajo y la familia lo era todo en la vida. Empezaba a darme cuenta que no era así.

Le pedí ayuda a una compañera de piso. Y me animó a realizar unos cursos que impartía la Orden de los Rosacruces. Durante el primer año me encontré bien pero, por conflictos internos de esta Orden, no continué el segundo año, y empecé a realizar otras actividades como yoga, “rebirthing” o renacimiento (técnica de respiración). También leí algunos libros como el “Miedo a la Libertad” del autor Erich Fromm, “Usted puede sanar su vida” de la autora Louise L. Hay,… y a familiarizarme (eso sí, erróneamente) con algunos términos: karma, chakras,…

Al poco tiempo recibí una carta para que me incorporara al servicio militar. Etapa de la que, a pesar de todos mis miedos que eran muchos e infundados, guardo muy buenos recuerdos, incluida mi labor de maestro con los compañeros.

Tras el paréntesis de la mili, mi homosexualidad y mis deseos de encontrar una pareja estable me empujaron a vivir en otro país. Fue, entonces, cuando decidí vivir en Londres. Además, esto me ofrecía la oportunidad de mejorar mi inglés así como de conocer otra cultura.

Una agencia en Madrid ofrecía alojamiento temporal y ofertas de puestos de trabajo para cubrir los gastos de mi estancia y manutención. Mi primer trabajo fue en “Wilbraham Hotel” realizando tareas de camarero de piso que compatibilizaba con clases de inglés.

Con el tiempo intenté buscar trabajos más apropiados a mi formación, pero nunca fructificó debido a mi bajo dominio del idioma.

Al final, no encontré pareja, tampoco mejoré mucho mi inglés. El tiempo pasaba y yo me entretenía en otras cosas. Al cabo de dos años, sentía tal frustración que decidí regresar a España a la casa de mis padres.

Estaba perdido y desorientado. La sensación de fracaso y de vacío en mi interior era tal que me horrorizaba regresar a mi ciudad. Por ello, tuve necesidad en mi interior de pedir ayuda a Dios-Padre para comenzar de nuevo otra vez.

Y esta ayuda El Padre me la brindó poniendo en mi camino a Josefina. La enseñanza que Josefina da desde hace muchos años –en mi caso desde hace más de veinte- hoy puedo reconocer que nació con esta misión. Su enseñanza nos la transmite de forma humilde, natural, sencilla, clara, directa,… sin artificios, como ella es.

Yo, por el contrario, y a pesar de mis peticiones al Padre, en silencio y en mis pensamientos creía que sabía más que ella y que, incluso, yo podía darle lecciones. Con estos pensamientos tan negativos, Josefina por su extrema sensibilidad sufría mucho y yo, al no expresarlos y al ocultarlos intencionadamente, perdía la oportunidad de beneficiarme de su enseñanza, a la vez, que mi soberbia y mi orgullo iba en aumento.

Y así estuvo Josefina padeciéndolo en silencio. Pese a ello, siempre estuvo ahí cuando necesitaba su ayuda. Ayuda que una vez más desaprovechaba. El daño causado por mi soberbia, mi vanidad y orgullo llegó a tal extremo que deseé su muerte para apropiarme de su lugar, de su puesto y su conocimiento. Esos pensamientos en mí eran constantes con lo cual el sufrimiento y el dolor que Josefina padeció fueron indescriptibles.

En mi interior sentía que yo le había traicionado.

Muchas veces me he preguntado por qué había yo de hacer tanto daño a una persona que había hecho tanto BIEN por y para mí.

A partir de este momento fue cuando verdaderamente empecé a recibir de una forma correcta su ayuda y su conocimiento. ¿Cómo? Por una vez, prestando atención a aquello que durante tantos años y de forma incansable me había repetido: “Esforzándome un poco cada día, procurando mantener mi mente en blanco y, sobre todo, poniendo en práctica sus consejos”.

Tarea que no fue fácil, pero mi fé y respeto en Josefina y en todo lo que me transmite unido a mi voluntad de querer reparar parte del daño, poco a poco me fui liberando. Recuerdo como, ante mis pensamientos negativos, Josefina incansablemente me recordaba este versículo del mensaje de Jesús: «Seréis transformados [transmutados] por la renovación de vuestra mente».

No recuerdo muy bien la ayuda y el esfuerzo que Josefina realizó para que yo comprendiera que mentalmente estaba enfermo y que, además de su ayuda, necesitaba acudir a la consulta de un psiquiatra. Ahora pienso, que el no querer reconocer mi enfermedad, mejor dicho, la causa de mi enfermedad, unido a mis complejos y prejuicios sobre la salud mental,… Hacía caso omiso a lo que Josefina me decía.

Josefina siempre estuvo ahí. También en los momentos en los que mi rebeldía y desobediencia a Dios-Padre y, por ende, a Josefina, fueron mi actitud y comportamiento.

Nunca podré agradecer a Josefina su inmensa, su constante, su honesta y desinteresada labor y entrega durante estos largos veinte años. Todo ello, con el único afán y empeño por GUIARME y AYUDARME en mi trabajo personal para salir, poco a poco, del círculo negativo en el que yo mismo me había quedado atrapado. Cuya consecuencia (conflictos, miedos, remordimientos, contradicciones, e incluso enfermedades,…) llevaba muchos años padeciendo.

Todo gracias a Josefina que con CLARIDAD y LIMPIEZA, también con su ESFUERZO, me transmite siempre FIEL la enseñanza que Jesús nos vino a dar.

Doy gracias a Dios-Padre, y muy especialmente a Josefina, pues sin ella la ayuda de El Padre nunca la hubiera recibido.

También doy gracias a Josefina por su infinita paciencia para conmigo, por su entrega limpia e incondicional, por la autenticidad de la enseñanza que nos transmite,… y, sobre todo, por la gran verdad experimentada por mí que practicando sus enseñanzas se llega a un estado de paz, de felicidad, de agradecimiento, de comprensión, de compasión por el prójimo,…

¡¡¡GRACIAS JOSEFINA!!!

escrito por Santos, el día 19 de mayo de 2018

santos.almeria@gmail.com